Estableciendo el marco para la acción climática bajo el Protocolo de Montreal

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This is an authorized translation of an Eos article por Planeteando. Esta es una traducción al español autorizada de un artículo de Eos por Planeteando

Doce artículos fueron la base científica para la rápida acción que reforzó el tratado, el cual ya estaba salvaguardando el ozono estratosférico, para que también protegiera el clima al reducir los super contaminantes.

Stephen O. Andersen, Marco González y Nancy J. Sherman  |  18 de Octubre de 2022

En 1974, los químicos Mario J. Molina y F. Sherwood Rowland advirtieron que los clorofluorocarbonos (CFC), componentes ampliamente utilizados en su momento como refrigerantes y propulsores de aerosoloes, podrían destruir la capa de ozono estratosférica [Molina y Rwoland, 1974]. Esta capa protege la superficie de la Tierra de la dañina radiación ultravioleta (UV) que, en exceso, puede causar cáncer de piel y cataratas, suprimir el sistema inmune humano, dañar cultivos agrícolas y ecosistemas naturales, y deteriorar el entorno urbano. Además, al siguiente año, el científico atmosférico Veerabhadran Ramanathan advirtió que los CFCs y otros clorofluorocarbonos son también poderosos gases de efecto invernadero [Ramanathan, 1975].

A lo largo de la siguiente década después de estas alarmas iniciales, científicos midieron y documentaron en la atmósfera la acumulación y larga residencia de los CFCs y otras sustancias agotadoras del ozono (SAO). Adicionalmente, también presentaron pruebas teóricas de que las SAOs se descomponen químicamente en la estratósfera y agotan catalíticamente el ozono estratosférico, y cuantificaron los efectos adversos de los CFCs en la salud, el ambiente y para la economía.

Las advertencias de que el desgaste de la capa de ozono por los CFCs podría aumentar la incidencia de cáncer de piel provocaron boicots por parte de los consumidores a los productos fabricados con SAOs y a aquellos que las contenían. Entre estos productos se encontraban los aerosoles y ciertos envases de servicio de alimentos de espuma de poliestireno. Los boicots luego se expandieron a prohibiciones gubernamentales de productos específicos.

Los reportes que indicaron que los CFCs también actuaban como gases de efecto invernadero incentivaron investigaciones científicas enfocadas en qué sustancias a parte del dióxido de carbono (CO2), podría desestabilizar la atmósfera y cómo podría considerarse el cambiante cóctel de contaminantes climáticos.

La evidencia científica fue suficiente para que el director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Mostafa K. Tolba, convenciera a 25 países y a la Unión Europea para firmar la Convención de Viena sobre la Protección de la Capa de Ozono en marzo de 1985, sentando las bases para los controles internacionales de las SAO’s [Benedick, 1998; Andersen y Sarma, 2002; Tolba y Rummel-Bulska, 2008].

Menos de dos meses después, Joseph Farman y sus colegas presentaron observaciones de un “agujero de ozono” estratosférico sobre la Antártida potencialmente relacionado con el aumento de las concentraciones de CFCs [Farman et ál., 1985], lo que finalmente condujo a un acuerdo internacional sobre el Protocolo de Montreal de 1987 sobre sustancias que desgastan la capa de ozono, más conocido simplemente como Protocolo de Montreal.

Veinte años más tarde, todos los estados miembros de las Naciones Unidas (ONU) formaban ya parte del Protocolo de Montreal, más del 99 % de la producción y el consumo de SAOs en todo el mundo se habían eliminado y la capa de ozono estaba en camino de recuperarse [Organización Mundial de Meteorología (OMM), 2018; Ajavon et ál., 2015]. Logros como estos inspiraron al exsecretario general de las Naciones Unidas, Kofi Anan, a afirmar que el Protocolo de Montreal era “quizás el acuerdo internacional más exitoso hasta la fecha” [Hunter et ál., 2022].

Al final resultó que el protocolo no solo ha tenido un enorme éxito en la reducción del agotamiento del ozono estratosférico, sino que también ha cobrado una segunda vida en los últimos años como un, muy beneficioso, tratado climático. Los logros del protocolo en ambos aspectos contienen lecciones valiosas para futuros esfuerzos sobre creación políticas centradas en el clima y el medio ambiente. Para comprender mejor y aplicar estas lecciones en el futuro, vale la pena analizar la ciencia que se utilizó para formular el Protocolo de Montreal y que condujo a su transformación en un tratado climático.

De un tratado de ozono a un tratado climático

El Protocolo de Montreal se describe como un tratado para “iniciar y fortalecer” porque después de imponer controles inicialmente sobre solo dos clases de productos químicos (CFC y halones), se ha fortalecido posteriormente mediante enmiendas, que requieren la ratificación de un cierto número de partes, y por ajustes, que requieren el consenso de todas las partes. Cuatro enmiendas en la década de 1990, elaboradas durante las reuniones en Londres (1990), Copenhague (1992), Montreal (1997) y Beijing (1999), fortalecieron el tratado al agregar SAOs adicionales a la lista de los controlados. Seis ajustes, acordados en Londres (1990), Copenhague (1992), Viena (1995), Montreal (1997), Beijing (1999) y Montreal (2007), fortalecieron aún más el tratado al pasar de la reducción a la eliminación de SAOs para luego acelerar esos retiros. 

La transición del Protocolo de Montreal de un tratado de protección del ozono estratosférico a un tratado climático comenzó en el 2007. En ese entonces, el científico atmosférico y climático Guus J. M. Velders y sus colegas, después de analizar las emisiones históricas y futuras potenciales de SAOs, informaron que el Protocolo de Montreal y la eliminación de SAOs había hecho más para reducir el efecto invernadero y mitigar el cambio climático que cualquier otro tratado, incluido el Protocolo de Kioto [Velders et ál., 2007].

El mismo año, la utilidad del protocolo para proteger aún más el clima inspiró a los miembros a aprobar acelerar la eliminación de hidroclorofluorocarbonos (HCFC), que había comenzado con la Enmienda de Beijing de 1999. La transición a un tratado climático continuó durante 9 años más, culminando con la quinta Enmienda del Protocolo de Montreal (Enmienda de Kigali de 2016) que controla los hidrofluorocarbonos (HFC), los cuales son seguros para el ozono estratosférico pero son fuertes gases de efecto invernadero. Los mercados de HFCs habían crecido rápidamente y se generalizaron como reemplazos necesarios para algunos CFCs, lo que permitió la rápida eliminación de las SAOs, pero en algunos casos los HFCs retienen miles de veces más calor que el CO2 [OMM, 2018; Zaelke et ál., 2018; Hunter et ál., 2022].

La Enmienda de Kigali, llamada así por la ciudad capital de Ruanda, donde se llegó al acuerdo, no solo reduce gradualmente los HFCs, sino que también fomenta una mayor eficiencia energética en los equipos de próxima generación y el uso de productos químicos alternativos para reemplazar los HFCs en usos como el aire acondicionado, refrigeración y espuma aislante térmica.

Los cronogramas para el consumo inicial y el paro de la producción de HFC (es decir, no se permiten más aumentos en el consumo y la producción) y las reducciones graduales son ambiciosos, pero los miembros se arriesgaron, en consonancia con el principio de precaución, a que las alternativas a los HFCs estarían disponibles y serían asequibles. (Los sustitutos, de hecho, ahora están disponibles en la mayoría de las aplicaciones. Muchos también ofrecen una mayor eficiencia energética que los HFC [Technology and Economic Assessment Panel, 2021]).

Para la mayoría de los países en desarrollo, el paro en la producción comienza en el 2024 y la reducción gradual comienza en el 2029, mientras que para los países con “temperatura ambiente alta“, el paro comienza en el 2029 y la reducción gradual comienza en el 2032. El cronograma para los países desarrollados fue aún más agresivo, pues intenta comenzar con la reducción gradual en el 2019 para la mayoría de los miembros y en el 2020 para la Federación Rusa y algunos otros países de la antigua Unión Soviética. En los Estados Unidos, donde el Senado aprobó recientemente la Enmienda de Kigali, se codificó un plan para reducir el uso de HFC a finales del 2020 con la aprobación de la Ley Estadounidense de Innovación y Fabricación.

Los peligros para la sociedad, las economías, la agricultura y la salud pública que plantea el cambio climático y los vínculos entre este cambio y el uso continuo de HFC convencieron a las partes del Protocolo de Montreal de que era necesaria una acción rápida. Estos vínculos se detallaron claramente en una serie de estudios científicos realizados entre los años 2007 y 2016.

Doce documentos que justificaron la reducción gradual de los HFC 

Consultando científicos y otros colegas, nos propusimos identificar los principales artículos científicos publicados durante las deliberaciones para el ajuste de 2007, que aceleró la eliminación de los HCFC, y para la Enmienda de Kigali de 2016. El objetivo era reconocer a quienes trabajaron para comprender la contribución de los CFCs, HCFCs y HFCs al cambio climático e informar a los políticos y al público. Demostrar la importante contribución de la investigación científica para crear una política ambiental innovadora puede ayudar a inspirar y motivar a otros a publicar su propia investigación y ponerla a disposición de los responsables de la toma de decisiones. 

Si bien muchos estudios de calidad han cuantificado y evaluado los impactos climáticos de los HFCs, aquí destacamos los estudios que fueron particularmente influyentes para acelerar la reducción gradual de los HCFCs y los HFCs. Específicamente, evaluamos los documentos basándonos en si fueron elaborados para informar al Protocolo de Montreal y otros políticos; si se centraron en cuantificar los efectos potenciales de las reducciones de HFC en el forzamiento climático (es decir, en emisiones de CO2 equivalentes); y si fueeron escrito por autores, colaboradores o revisores de los informes de 2014 y 2018 del Panel de Evaluación Científica (SAP) del Protocolo de Montreal, un panel asesor compuesto por cientos de expertos internacionales que evalúan periódicamente las condiciones del ozono atmosférico y temas relacionados.

A partir de nuestra evaluación, identificamos 12 documentos (ver recuadro) que formaron la base científica para que las partes del Protocolo de Montreal tomaran medidas audaces para reducir gradualmente los HFCs a través de la Enmienda de Kigali. Estos documentos científicos, que fueron cuidadosamente investigados y claramente presentados, que se encontraban entre los que contribuyeron a las presentaciones del SAP en las Reuniones de las Partes y que fueron leídos y considerados directamente por los negociadores de tratados de los países parte, hicieron evidente el vínculo entre los HFCs y el cambio climático y persuadieron a los escépticos y las partes interesadas a tomar acción. En total, los coautores de esta docena de artículos incluyen a unos 40 científicos de 10 países, lo que refleja el alto grado de atención internacional hacia los problemas que plantean los HFCs y la colaboración científica para abordarlos.

Otros estudiosos del Protocolo de Montreal pueden tener opiniones diferentes sobre qué estudios fueron los más significativos para informar la Enmienda de Kigali o sobre qué criterios se deben aplicar al evaluar los estudios. Invitamos a que se expresen esas diferencias de opinión porque estimularán debates que ayudarán a rastrear la evolución del pensar científico y sus vínculos con la resolución de políticas en este caso, y quizás ofrezcan información útil en casos futuros.

Después de su innovador estudio de 2007 que muestra los beneficios de la reducción de SAO para la mitigación del cambio climático, Velders y el mismo grupo de colegas publicaron otro estudio en 2009. En él, encontraron que los controles regulatorios sobre los gases de efecto invernadero HFC seguros para el ozono podrían reducir significativamente el cambio climático antropogénico, incluso cuando las reducciones de COson las que se persiguen para el éxito a largo plazo [Velders et ál., 2009]. Por ejemplo, un escenario en el que los niveles de consumo de HFC se detienen y luego se reducen gradualmente, resultaría en una reducción del potencial de calentamiento global equivalente a 106–171 gigatoneladas de CO2 de 2013 a 2050 y una reducción del forzamiento radiativo global de 0,18–0,30 vatios por metro cuadrado para 2050. Este documento desencadenó el debate entre los miembros del Protocolo de Montreal que culminó en la Enmienda de Kigali de 2016.

Posteriormente, más documentos validaron, ampliaron y mejoraron los hallazgos de 2009 y se incorporaron en los informes SAP del Protocolo de Montreal. Hemos identificado 10 artículos además del de Velders et ál. [2007, 2009] que proporcionan advertencias primarias sobre los peligros para la salud ambiental y humana de los HFC, una elaboración clara del problema emergente, y orientación sobre lo que se debe hacer, y con qué rapidez, para evitar amenazas existenciales y consecuencias catastróficas.

Por ejemplo, Montzka et ál. [2015] reportó que las mediciones atmosféricas globales de HFC de 2007 a 2012 fueron consistentes con las proyecciones modeladas por Velders et ál. [2009], pero eran el doble de la cantidad de emisiones de HFC notificadas a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, lo que probablemente refleja el rápido crecimiento en el uso de estos productos químicos como sustitutos de los HCFCs, los cuales se estaban eliminando conforme al Protocolo de Montreal.

Anteriormente, Solomon et ál. [2010] ilustró la complejidad de los procesos atmosféricos y mostró cómo los efectos del calentamiento pueden extenderse más allá del tiempo necesario para que los gases de efecto invernadero se degraden. Estos autores enfatizaron la necesidad de actuar con rapidez para evitar impactos prolongados que amplifiquen el calor, como la transferencia de calor a los océanos.

Convertir la ciencia beneficiosa en una política beneficiosa

La ciencia a menudo influencía importantes y beneficiosos cambios políticos para el medio ambiente, piensa en la investigación que inició los esfuerzos para reducir el uso de pesticidas peligrosos o plomo en la gasolina, pero rara vez lo hace tan rápido como se hizo en el caso de la Enmienda de Kigali. A medida que nos enfrentamos a muchos otros desafíos del sistema terrestre y de la salud global, la ciencia persuasiva seguirá siendo necesaria para generar la confianza de los políticos para actuar de acuerdo con el principio de precaución, que requiere acción para evitar efectos posiblemente irreversibles mucho antes de que todos los detalles científicos de una problemática ocurran [Willi et ál., 2021].

La lección general de la Enmienda de Kigali es que para una acción política exitosa y oportuna es necesaria la investigación, el análisis y las publicaciones científicas centradas en las amenazas ambientales actuales. Como dijo Sherwood Rowland en una mesa redonda sobre el cambio climático en la Casa Blanca en 1997, parafraseando a otros antes que él: “Si no somos nosotros, ¿quién?; ¿si no es ahora, cuando?”

Agradecimientos

Los autores desean agradecer a Timothy Oleson, editor científico principal de Eos, por su cuidadosa revisión y su valiosa edición.

Referencias

Ajavon, A.-L., et ál. (2015), Synthesis of the 2014 reports of the Scientific, Environmental Effects, and Technology & Economic Assessment Panels of the Montreal Protocol, U.N. Environ. Programme, Nairobi, ozone.unep.org/sites/default/files/2019-05/SynthesisReport2014_0.pdf.

Andersen, S. O., and K. M. Sarma (2002), Protecting the Ozone Layer: The United Nations History, edited by Lani Sinclair, Earthscan, London, digitallibrary.un.org/record/474462.

Benedick, R. E. (1998), Ozone Diplomacy: New Directions in Safeguarding the Planet, enlarged ed., Harvard Univ. Press, Cambridge, Mass., http://www.jstor.org/stable/j.ctv1smjv7m.

Farman, J. C., B. G. Gardiner, and J. D. Shanklin (1985), Large losses of total ozone in Antarctica reveal seasonal ClOx/NOx interaction, Nature, 315, 207–210, https://doi.org/10.1038/315207a0.

Hunter, D., J. Salzman, and D. Zaelke (2022), International Environmental Law and Policy, 6th ed., chap. 10, section V, Foundation, St. Paul, Minn.

Molina, M. J., and F. S. Rowland (1974), Stratospheric sink for chlorofluoromethanes: Chlorine atom-catalysed destruction of ozone, Nature, 249, 810–812, https://doi.org/10.1038/249810a0.

Ramanathan, V. (1975), Greenhouse effect due to chlorofluorocarbons: Climatic implications, Science, 190(4209), 50–52, https://doi.org/10.1126/science.190.4209.50.

Technology and Economic Assessment Panel (2021), Continued provision of information on energy-efficient and low-global-warming-potential technologies, volume 4: Decision XXXI/7, U.N. Environ. Programme, Nairobi, eta-publications.lbl.gov/sites/default/files/teap-eetf-report-may2021.pdf.

Tolba, M. K., and I. Rummel-Bulska (2008), Global Environmental Diplomacy: Negotiating Environmental Agreements for the World, 1973–1992, MIT Press, Cambridge, Mass.

Velders, G. J. M., et ál. (2007), The importance of the Montreal Protocol in protecting climate, Proc. Natl. Acad. Sci. U. S. A., 104, 4,814–4,819, https://doi.org/10.1073/pnas.0610328104.

 

Willi, K. et ál. (2021), The precautionary principle and the environment: A case study of an immediate global response to the Molina and Rowland warning, ACS Earth Space Chem., 5(11), 3,036–3,044, https://doi.org/10.1021/acsearthspacechem.1c00244.

World Meteorological Organization (WMO) (2018), Scientific assessment of ozone depletion: 2018, Global Ozone Res. Monit. Proj. Rep. 58, 588 pp., Geneva, Switzerland, csl.noaa.gov/assessments/ozone/2018/.

Zaelke, D., et ál. (2018), Primer on HFCs: Fast action under the Montreal Protocol can limit growth of hydrofluorocarbons (HFCs), prevent 100 to 200 billion tonnes of CO2-eq by 2050, and avoid up to 0.5°C of warming by 2100, Inst. for Governance and Sustainable Dev., Washington, D.C., http://www.igsd.org/wp-content/uploads/2018/01/HFC-Primer-v11Jan18.pdf.

 

-Stephen O. Andersen, Instituto para la Gobernanza y el Desarrollo Sostenible, Washington, D.C.; Marco González, Panel de Evaluación Económica y Tecnológica del Protocolo de Montreal, Alajuela, Costa Rica; y Nancy J. Sherman (nsherman@igsd.org), Instituto para la Gobernanza y el Desarrollo Sostenible, Washington, D.C.

 

This translation was made possible by a partnership of Eos with Planeteando. Esta traducción fue posible gracias a un acuerdo entre Eos y Planeteando. Traducción y edición por Daniela Navarro-Pérez (@DanJoNavarro).