Escuchar o ver noticias de incendios forestales y los daños que ocasionan en varias regiones del mundo seguro te hace pensar que estos serán una catástrofe y que se requerirán grandes cantidades de agua para sofocarlos. Por ejemplo, ¿recuerdas el incendio forestal ocurrido en Australia que inició en septiembre del 2019 y terminó hasta marzo del 2020? A su paso dejó territorios arrasados por el fuego, miles de personas sin hogar, y millones de animales afectados. Otro grave resultado fueron las más de 400 megatoneladas de CO2 liberadas a la atmósfera, contribuyendo así al calentamiento global.
En un contexto como el anterior, es normal asociar el fuego con devastación. Pero el fuego es un componente natural y de vital importancia que durante millones de años ha coexistido con la vida en la Tierra. Prueba de esto es que algunas plantas han adquirido características para sobrevivir a incendios, como ciertas especies de eucalipto. Además, a lo largo de los distintos períodos geológicos por los que ha pasado la Tierra, la concentración de oxígeno, las fuentes de ignición y la disponibilidad de combustibles, han variado y condicionado la presencia del fuego. Esto a su vez ha provocado que la ocurrencia de incendios varíe a través del tiempo.
Para entender de mejor manera dicha interacción, existe un concepto llamado régimen de fuego, el cual hace referencia a cada cuanto tiempo —en promedio— ocurre un incendio, el área que abarcan, las estaciones del año en que suceden, y al tipo de incendio que puede acontecer en un determinado ecosistema. En este sentido, algunos ecosistemas se denominan dependientes, como el bosque de pino, en donde reaccionan de manera positiva a los incendios, así como reaccionas cuando comes tu comida favorita. En cambio, los llamados sensibles, como una selva, generalmente no tienen eventos de fuego y en caso de tenerlos presentan más daños que beneficios. Por último, están los independientes, como el desierto, en donde no se presentan incendios por la falta de vegetación, como sucede cuando un carro no prende por falta de combustible. Por lo tanto, no todos los ecosistemas necesitan el fuego por igual.

Y ya que no todo sigue un mismo patrón, ¿te has preguntado cómo las plantas logran ser resistentes a los incendios? ¡Todo depende del organismo y su relación con el ecosistema! Por ejemplo, los árboles cuentan con un tipo de armadura llamada corteza. En los ecosistemas donde hay frecuentemente incendios, los árboles tienen una corteza más gruesa, aislante y que los protege de altas temperaturas. Por el contrario, en regiones donde no se presentan tan comúnmente los incendios, la corteza de los árboles es delgada y más vulnerable.
Así como la corteza, las especies tienen muchas otras formas de adaptarse. Tal es el caso de los conos serótinos (los conos son estructuras que guardan semillas) que protegen del fuego a las semillas de algunos pinos. Dichas estructuras se mantienen cerradas bastante tiempo hasta que se abren con el calor del incendio para así dispersar las semillas, lo que permite el nacimiento de nuevos pinos.
Debido al conocimiento previamente descrito, es más fácil comprender la relación del fuego con los ecosistemas y entender lo necesario que es manejarlos adecuadamente. Por lo tanto, hablar de quemas prescritas, es decir, el uso controlado del fuego con un propósito en específico, se vuelve sumamente importante, ya que ayudan a reducir el combustible forestal —material que arde, como la hojarasca o arbustos— y con ello disminuir el riesgo y peligro de incendios forestales. Así mismo, ayudan a preservar la vegetación (como aquella que se encuentra en un ecosistema dependiente del fuego), mantener el hábitat de la fauna silvestre, o incluso reducir emisiones de dióxido de carbono. Esto último porque el área que podría haber afectado un incendio imprevisto sería mayor a la de una quema prescrita.

No hay duda de que el fuego se enmarca en un contexto ecológico importante. Sin embargo, la actividad antropogénica y el cambio climático modifican sus regímenes, lo cual provoca efectos adversos en los ecosistemas; ya que los incendios pueden manifestarse en una frecuencia superior a la necesaria, o porque se tratan de excluir aunque sean un componente inherente. Cabe señalar que los incendios en Australia durante enero del 2020 evidenciaron aún más la importancia de conocer el rol del fuego en la naturaleza. A pesar de ser un país caracterizado por incendios, estos últimos se desarrollaron bajo condiciones climáticas adversas ocasionando que la temporada fuera más prolongada. Fue así como el fuego generó más daños que beneficios.
Finalmente, mejorar la relación entre el ser humano y el fuego requiere pensar en cómo evitar que los regímenes cambien tan drásticamente. De esta forma, por medio de la reflexión y el conocimiento, se contribuirá a prevenir escenarios en donde los incendios incontrolados e imprevistos continúen con afectaciones al ambiente y pongan en riesgo la vida de miles de personas.
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