¿A quién le pagarías más: a un campesino o un programador?

Día 89 de la cuarentena. 7 pm en punto. Se empiezan a escuchar los aplausos y gritos de agradecimiento de los vecinos. Usan ollas o cualquier otra cosa para hacer ruido y asegurarse que médicxs y trabajadorxs de los supermercados les escuchen. Hospitales y supermercados fueron los únicos lugares que permanecieron abiertos durante la cuarentena, y quienes trabajan ahí han sido considerados lxs nuevos héroes de nuestro tiempo. Pero ¿es un héroe aquel que actúa heroicamente por el simple hecho de no tener otra opción?

En varias ciudades del mundo, la gente que puede trabajar desde sus casas tomó la costumbre de que a cierta hora de la tarde sale a sus balcones a aplaudir a las personas que están sacrificando su vida para salvar la de otros. Lxs médicxs son, por obvias razones, los actores principales para combatir esta crisis de salud. Pero quienes continúan saliendo y no pueden darse el lujo de descansar son los trabajadores del sector alimenticio.

Cuando hablamos de sector alimenticio, en las ciudades nos hemos limitado a pensar en las cajeras (la mayoría de los cajeros de los supermercados son mujeres) y trabajadores de supermercados[1] porque son con quienes tenemos contacto directo. Pero para que la comida llegue hasta nuestro plato, la cajera fue la última participante de la cadena. Antes de ella vinieron muchos otros, empezando por la agricultora o agricultor.

Ni el médicx ni el agricultxr pueden realizar su trabajo desde casa. Y así como podemos morir por no recibir atención de unx médicx, también podemos vernos en serios problemas como sociedad si no recibimos la comida producida por los agricultores.

Hace un par de semanas, la polémica politóloga y escritora mexicana Denise Dresser tuiteó lo siguiente:

Hay muchos puntos cuestionables dentro de este comentario, pero yo resalto dos cosas. La primera (que bien puede estar sujeta a interpretación) es que Dresser menosprecia el trabajo de los sembradores. Como si ser sembrador fuera algo menos que ser “innovador”. Querida Denise, ¿cómo crees que se desarrollaron todas las variedades de maíz?

Denise Dresser simplemente no se ha puesto a pensar en lo esencial que es el trabajo del campesino. Y me gustaría imaginar que es la única con estas ideas, pero lo cierto es que muchos de nosotrxs no nos detenemos a reflexionar de dónde viene lo que comemos, y más aún el impacto que tiene sobre el ambiente, sobre los agricultores y sobre nuestra propia salud. Ser agricultor no es solo uno de los trabajos más difíciles y peligrosos del mundo, y no solo por su exposición a jornadas largas bajo el sol y a las altas dosis de pesticidas, sino también es uno de los empleos peor pagados. De acuerdo con datos del Servicio de Información de Aroalimentaria y Pesquera (SIAP), el 50% de los trabajadores en el sector agropecuario mexicano reciben menos de un salario mínimo al mes. ¿Cómo es que un trabajo esencial durante una pandemia no percibe un pago justo? ¿Cómo es que las personas que nos alimentan paradójicamente se están muriendo de hambre?

La solución claramente no es abandonar el campo y convertir a todos los agricultores en “ingenieros y programadores”. Si durante una pandemia necesitamos de los agricultores, ¿cómo podríamos concebir el aclamado “Desarrollo” sin ellxs? La tecnología, como buena arma de doble filo, ha logrado elaborar carne o alimentos sintéticos sin la necesidad del campo, pero el campo no solo es el lugar donde se cultivan los alimentos, es también donde nacen las culturas y tradiciones, donde sucede el mayor aprendizaje sobre la naturaleza, y de donde muchas familias han obtenido sus ingresos por generaciones.

Cuestionarse de dónde vienen nuestros alimentos no es suficiente si no tomamos acción. El obstáculo que mucha gente percibe para contribuir de manera más justa es el precio de los productos. Las soluciones más populares son comprar productos orgánicos o comprar en mercados locales. Yo más bien diría que la solución es comprar LOS productos orgánicos EN los mercados locales, ya que solo comprar orgánico no soluciona el problema. De hecho, muchos alimentos orgánicos son parte del mismo ciclo injusto. Por ejemplo, Walmart y los grandes supermercados ya tienen un pasillo de productos orgánicos, pero esos productos vienen en su mayoría de procesos agroindustriales. Tal vez es mejor para tu salud, pero no para el ambiente ni para los pequeños productores. Es por eso que empezando a cuestionar de dónde vienen nuestros alimentos, también podremos cuestionarnos continuamente las acciones que tomamos.

Algunos estudios han resaltado que el consumo local es de las mejores acciones que podemos tomar, pues así contribuimos a la economía local y a la de los pequeños productores que se ven sobrepasados por la competencia agroindustrial. Si tienes la capacidad económica, hazlo. El precio en un mercado local es el precio más justo. Si el mismo producto en Walmart es más barato, imagina lo poco que le pagan al agricultor.

Si vamos a llamar héroes a todos aquellos que no dejaron de trabajar esta cuarentena por necesidad, entonces debemos no solo de salir a aplaudir, sino también exigir que se les remunere de manera justa. Y tú, como consumidor, tienes el poder de hacerlo.  Ninguna profesión está por encima de la otra. Un país necesita sembradores. Un país necesita del campo, y esta equiparación de pobreza=atraso=campo tiene que reformarse.

Agradecimientos: A D. Dresser por hacerme enojar con su comentario e inspirarme a escribir esta columna. Y por supuesto, a todos y todas las agricultoras que hacen posible que yo pueda alimentarme diariamente.

Niño trabajando en la parcela de amaranto (orgánico) de su familia en Xochimilco, tomada por mi (Erika Luna)
[1]En esta columna me centro en los agricultores por ser el actor “invisible”, pero los trabajadores de los supermercados también sufren de grandes violaciones a sus derechos laborales y reciben un pago injusto.
Imagen de portada de Jesse Gardner tomada de Unsplash