Por Felipe Aguirre Piña | 31 de agosto del 2021
En el primer semestre de la carrera en Ciencias de la Comunicación, de acuerdo con el nuevo plan instaurado en 2016, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales se toma una clase sobre teoría del lenguaje llamada Lenguaje, Cultura y Poder. Independiente a la pretensión de generar una gran narrativa que explique cómo estos tres componentes se articulan para hacer de los sujetos los que somos, recuerdo que en una clase nos preguntábamos qué nos hacía ser humanos. Como era de esperarse, pues teníamos como ejes los temas antes mencionados, se definió que el habla, o la lengua, según Ferdinand de Saussure, era una marca de diferenciación entre animales y humanos.
De manera espontánea una persona protestó: afirmaba que actualmente era improcedente la diferenciación entre sujetos y animales a partir de la lengua, pues se sabe que también estos seres vivos utilizaban lenguajes –según la semiótica contemporánea que tiene como principal exponente a Charles Sanders Peirce– para comunicarse. En seguida varias personas se unieron a la rebelde, de tal manera que en un instante se habían constituido dos bandos: quienes apoyaban la tesis de que los animales se comunicaban y quienes defendían la noción de que la lengua, por tanto el lenguaje, sólo era propio de los seres humanos. La profesora, al entenderse rebasada por tan profundo debate, decidió romper la discusión: “ese no es el tema”– afirmó. Todos y todas callamos.
Fuera de si la profesora hizo mal en detener el debate, la sencilla pero a la vez tremenda pregunta sobre qué nos hace humanos sin duda rebasa un curso de iniciación e introducción a las teorías del lenguaje. Hoy, en proceso de concluir una licenciatura en Ciencias de la Comunicación, entiendo que, en efecto, el lenguaje, como lo entiende la semiótica contemporánea, es parte constitutiva de lo que denominamos seres humanos. Pero, a diferencia de lo que se supuso esa tarde en la Facultad, no es exclusivo de estos, aún más: existen sujetos que utilizan diversos lenguajes, códigos específicos, para hablar con piedras, animales, árboles y existentes del Mundo Otro.
Saber mirar, saber decir.
Es desde ahí que me pregunto, ¿qué papel juega el lenguaje en la confección de seres humanos? La respuesta, aunque con múltiples variables más, es que a partir de los lenguajes observamos, percibimos, pensamos, describimos, reproducimos e interactuamos con el Mundo, luego entonces las concepciones, representaciones, ideas, creencias y hábitos interpretativos nos predisponen para interactuar en el Mundo. No hay nada fuera de los lenguajes, sean corporales, orales, verbales, visuales, académicos, científicos, formales u otros.
Por tanto buscar respuestas en el lenguaje es indagar, sí o sí, a nivel colectivo. Ninguna idea es en sí aislada, todo pensamiento presupone un pensamiento previo. Todo concepto que tenemos/aprendemos está en función de definiciones previas que se crearon en procesos comunitarios. Preguntar por las unidades semánticas transubjetivas arroja luz sobre el punto de partida epistemológico de los sujetos frente al entorno. En otras palabras: saber qué piensan y creen los sujetos, a su vez que lo dotan de significado, sobre el entorno físico que viven y experimentan nos permite entender cómo interactúan con él.
Para ello es necesario entender, siguiendo a Magariños de Morentin, las “condiciones de producción” en que un discurso o concepto fue diseñado. Es decir, identificar su procedencia histórica, geográfica, su genealogía de pensamiento, entre otros criterios, para entender que: primero, no todos los seres humanos piensan lo mismo sobre el Mundo observable; segundo, que este pensar/concebir al Mundo de determinada manera condiciona su interacción con el mismo, y el lenguaje es una evidencia de ello. Por ejemplo, para responder la pregunta “¿qué nos hace humanos?” tendríamos que considerar quién pregunta, quién responde y desde dónde responde.
Una respuesta, una posibilidad
Sin duda en esta columna nos vemos rebasados por la historia de las ideas, por ello ponemos un punto de partida que para mí, quien escribe, tiene relevancia. El pensamiento aristotélico, el cual, de igual forma, no abordaremos en todas sus implicaciones y consecuencias, sino nos limitaremos a indagar su designación de lo humano como oposición a la naturaleza. Siempre teniendo en cuenta que el pensamiento aristotélico sólo es resultado de otros pensamientos confeccionados previo a él y que su pensamiento detona y posibilita otros pensamientos. Esto es lo que la semiótica contemporánea entiende como semiosis, de la cual escribiré en otro momento.
Aristóteles contesta que un hombre, con todas las implicaciones que describe Aura Cumes en una entrevista realizada por la lingüista Yásnaya Aguilar, es un viviente y por tanto un ente natural. Como todas las cosas naturales posee materia y forma, que para las especificaciones de hombre corresponden al cuerpo y alma. “El hombre es, pues, un animal, pero un animal superior al resto de ellos. […] la relación entre el hombre y los demás vivientes queda orientada: los vivientes inferiores se ordenan al que es superior, el ser humano”– retoma Antoni Pevosti en un texto sobre la concepción de la naturaleza humana en Aristóteles. A dicha concepción le anteceden dos argumentos: el primero, hay un orden establecido por la naturaleza misma, la famosa escala natural (scala nature) y dos, “se llama naturaleza el elemento primero, informe e inmutable desde su propia potencia […] en otro sentido, se llama naturaleza la substancia de los entes naturales”.
Antoni Prevosti advierte que Aristóteles no entiende la Naturaleza como una unidad colectiva, es decir, con elementos diversos y constitutivos, sino como unidades individuales. Con lo cual podemos suponer que esta definición no busca describir procesos propios del entorno, sino, por el contrario, pretende identificar el fin último de las unidades vivas. Generando una contradicción latente hasta nuestros días: “la naturaleza –escribe Prevosti leyendo a Aristóteles– es un principio y causa del cambio […] Se trata del movimiento y el cambio que tiene cada cosa en razón de lo que ella es. Por ser el móvil lo que es, se mueve así, se comporta así, realiza tal y tal proceso que le es propio”. La “naturaleza” de las cosas es el cambio, sin embargo a todos los entes vivos subyace una “naturaleza” que le impide la transformación.
La “naturaleza” del hombre es ser hombre, lo que quiere decir, a todo ser vivo subyace una condición “material” que lo condiciona a ser como tal, comportarse como tal, ser lo que es. De tal forma que la Naturaleza era entendida como una estructura condicionada, por Dios, por ejemplo, y condicionante de los seres vivos. A pesar de que Aristóteles hace énfasis en la movilidad y mutabilidad de la materia y forma, es de señalar que sólo tiene como referente la recursividad misma. Una condición dada por la “naturaleza” que es inamovible e inmutable.
El Rey León, ¿es el Rey de la Selva?
Todo esto pone en evidencia varias cosas que tratemos de enunciar: primero, no estamos hablando de procesos bióticos, ni ecosistémicos, ni mucho menos interacciones y procesos propios de los entornos físicos; segundo, se asume que esta Naturaleza ya está definida y constituida, por tanto tiene implícita una dinámica que se manifiesta de manera jerárquica, misma que posiciona a los hombres en la cúspide; tercero, el ser humano es un animal superior a lo demás en tanto posee habla y capacidad de dotar significado al Mundo; cuarto, la Naturaleza es inmutable.
Nuestra razón de revisar, aunque de manera breve, este postulado filosófico se debe principalmente a que estas discusiones trascienden los espacios académicos, las aulas y el laboratorio. Confecciona realidades, formas de interacción con la Naturaleza. Umberto Eco en toda su obra, pero específicamente en el Tratado de Semiótica general, afirma que la semiótica es el arte de la mentira. La razón es que el lenguaje, cual sea, basado en sistemas de significación, es producto de una sofisticada interacción entre el entorno físico y lo que seres humanos piensan de él. Las cosas no son en sí mismas, son sólo en función de comunidades.
Los sujetos observan dinámicas del entorno físico, por ejemplo, un animal, nombrado león, devorando a otro animal, nombrado cebra. Este es un hecho perceptible, que acontece, produce información para quien percibe. Sin embargo, a partir de este suceso se pueden derivar distintas implicaciones, como por ejemplo, asumir que hay un fuerte frente a un débil; que hay un mandato, regularmente designado como “instinto”, el cual le indica al fuerte devorar al débil; aceptar que el fuerte diseña y controla todas las interacciones de los débiles y entre otras muchas más suposiciones que hacemos a partir de una observación de la “naturaleza”.
Que creamos, pues, en la existencia de un “Rey de la Selva” no es casualidad, sino toda una representación que es posible gracias a que, en una tradición muy específica, se definió que lo que denominamos Naturaleza tiene una jerarquía equivalente a las dinámicas e interacciones de humanos. El “Rey” no es una “forma” de la “naturaleza”: es, en todo caso, una figura de autoridad y gobernanza diseñada por sujetos, pertenecientes a una comunidad específica, a partir de lo que consideraron observar del entorno “natural”. Asumir, en los debates contemporáneos, que a toda persona subyace una característica “natural y esencial” es partir de esta tradición de conocimiento.
Con esto no se quiere decir que lo que hoy entendemos como Naturaleza no tenga dinámicas y procesos específicos, incluso estructuras y formas propias de los sistemas tan complejos que representan, sino más bien estamos buscando describir, y más adelante cuestionar, la forma en que desde occidente se ha definido aquello que nombramos Naturaleza. Siempre tomando en consideración que la forma en que significamos el Mundo es un punto de partida fundamental para interactuar con él.. Ahora presentamos sólo una parte del extenso mundo de las ideas…esperando que en las siguientes dos entregas quede redondeada la explicación.
Firma. Felipe Aguirre Piña (@buscandolatrufa)
Foto de portada por Matthew Smith disponible en Unsplash