El año 1521 fue crucial en la historia universal. Fue el encuentro entre dos mundos a raíz del arribo de los españoles que trajo consigo cambios garrafales —en la historia, en la sociedad, cultura y política— y los paisajes no fueron la excepción. En esta segunda entrega veremos cómo fue posible secar los lagos de la Cuenca de México para establecer sobre ellos una de las ciudades más grandes del mundo.
La caída de la ciudad de agua
El primer encuentro de los españoles con la Cuenca de México fue en el año de 1519. Fue imposible que no quedaran anonadados con el imponente paisaje de las montañas bordeando el gran lago, en cuyas riveras se encontraba 10 ciudades a manera de puertos y sobre el agua, la ciudad de México-Tenochtitlan.
En una carta, Hernán Cortés le notificaba a Carlos V el 30 de octubre de 1520: “Esta gran ciudad de Temixtitlán está fundada en esta laguna salada, y desde tierra firme hasta el cuerpo de la ciudad, por cualquier parte que se quiera entrar hay dos leguas […] y […] cuatro entradas […] todas de calzadas”.
Y en otro texto, también Cortés, describía el gran acueducto que suministraba de agua dulce a la Ciudad de Tenochtitlan desde Chapultepec, construido por Nezahualcóyotl: “Por la calzada que a esta gran ciudad entra, vienen dos caños de argamasa, tan anchos como dos pasos cada uno, y tan altos como un estado, y por él, uno de ellos viene un golpe de agua dulce muy buena, del groso de un cuerpo de hombre que va a dar al cuerpo de la ciudad, de que sirven y beben todos. El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan allí el agua en tanto que se limpia”.
Pero la impresión de los españoles no solo era por la belleza del paisaje, era un asombro por el poder que el conocimiento del agua les otorgaba a los mexicas, lo cual quedó plasmado en el testimonio de un soldado: “Vi otro mundo de grandes poblaciones y torres, y una mar, y dentro de ella una ciudad muy grande, edificada, que a la verdad ponía temor y espanto”.
Fig. 1 Fragmento de “La Gran Tenochtitlan”, Diego Rivera (1945). Imagen tomada de Wikipedia.
Se ha mencionado que la grandeza de las civilizaciones prehispánicas estaba fundamentada en el profundo conocimiento del agua y de la indisoluble relación con tan vital elemento que provenía de su fortaleza económica, cultural y militar, pues de ella obtenían alimento y protección. Este conocimiento profundo y el manejo integral del agua que tenían los mexicas, nunca pudo ser entendido por “los conquistadores”, así que para triunfar en la dominación colonial tenían que eliminar a como diera lugar la cultura del agua y lo más importante: los lagos.
A raíz de esa decisión comenzó una verdadera batalla acuática. Para poder introducir fuerzas navales al lago desde el flanco este de Tenochtitlan, Texcoco, los españoles destruyeron uno de los mayores símbolos de la tecnología de la ciudad: el albarradón de Nezahualcóyotl. Asimismo, el acueducto del mismo Nezahualcóyotl fue destruido para dejar sin agua potable a la ciudad y así someter con mayor facilidad a los mexicas. Después de algunas batallas ganadas, prosiguió la transformación; los canales fueron convertidos en drenajes y el agua de los lagos en depósitos de basura.
Pero al destruir las obras hidráulicas de los mexicas, se provocó que el agua recuperara su dominio y regresaron las inundaciones, siendo la de 1555 la más dramática. El sacar el agua de una cuenca cerrada a una elevación de más de 2000 m y a 350 km del mar no fue una tarea sencilla. Sin embargo, la importación de las ideas de la ingeniería hidráulica del renacimiento europeo rendió frutos y con ello la desecación del lago comenzaría.
Túnel de Huehuetoca y Tajo de Nochistongo
Para resolver el problema de las graves inundaciones, el cosmógrafo Enrico Martínez —retomando ideas de Francisco Gudiel— propuso un proyecto que consistía en desviar el río Cuautitlán por medio de un canal abierto que atravesaría las montañas de Huehuetoca (ubicadas al norte). El proyecto tenía como objetivo disminuir el agua que se vertía al lago de Texcoco, proveniente de los lagos San Cristobal, Xaltocán y Zumpango (que se alimentaban del río Cuautitlán). El desagüe del túnel (denominado túnel de Huehuetoca) desembocaría en el río Tula para de esa manera conducir el agua de la Cuenca de México por 300 km hasta el mar, el Golfo de México.

La obra se comenzó en 1607 y fue culminada sólo diez meses después gracias al trabajo de 60 mil indígenas. Finalmente, fue posible drenar las aguas del río Cuautitlán y del lago de Zumpango hasta el mar. A pesar de esto, en el año de 1629 ocurrió una gran inundación que duró 4 años la cual se atribuyó a un error en los cálculos del túnel de Enrico. Por ello, se decidió aumentar la capacidad del túnel convirtiéndolo en canal, al cual se le nombró Tajo de Nochistongo.
Con un poco menos de agua, comenzó la radical transformación de la Ciudad de México. Los canales se sustituyeron por calles y las canoas por carretas. Se edificaron cientos de residencias e iglesias y se pasó de ser una ciudad de agua a una ciudad de palacios.
Con el firme propósito de continuar con el exterminio de los lagos, Ignacio Castera construyó en 1794 un canal para recoger las aguas de los lagos San Cristóbal y Xaltocán y se conectó con el Tajo de Nochistongo y el lago de Zumpango. Con el paso de los siglos, el Tajo de Nochistongo y el canal de Huehuetoca se convirtieron en su tramo final en el llamado Interceptor Poniente, uno de los drenajes más importantes de la ciudad hasta nuestros días.
El Gran Canal del Desagüe
En el año de 1865 el emperador Maximiliano de Habsburgo autorizó una obra que pretendía habilitar grandes extensiones de terreno que constantemente se inundaban. De entre varios proyectos presentados al emperador, se seleccionó el de Francisco de Garay. La obra hecha para desalojar el agua de la cuenca es conocida como Gran Canal del Desagüe y fue inaugurada por Porfirio Díaz varios años después el 17 de marzo de 1900. El presidente afirmó que “la obra libraría a México de inundaciones y mejoraría las condiciones higiénicas de la capital”. No obstante, en julio de 1900, la ciudad sufriría otra gran inundación.
A pesar de esto, al desalojar las aguas del lago de Texcoco se rescataron los terrenos de las periferias y la extensión de la ciudad creció, originándose las colonias Roma, Condesa, Obrera, Doctores y Cuauhtémoc. Grandes extensiones de áreas verdes fueron cubiertas con asfalto, eliminando la posibilidad de infiltración del agua subterránea en el suelo y los antiguos ríos se convirtieron en viaductos y circuitos viales.
Fig. 3 Imagen tomada del periódico El Universal.
Claramente, la expansión de la ciudad implicó un aumento dramático de la población. En el año de 1930 la extensión de la ciudad era de 46 km2 y tenía 950 mil habitantes. Sin embargo, para 1953 la extensión ya era de 240 km2 y 3 millones 50 mil habitantes. El crecimiento poblacional trajo consigo la saturación de los desagües.
Para mediados del siglo XX, comenzaron a manifestarse hundimientos del terreno, muy probablemente relacionados con la extracción intensiva de agua subterránea a raíz del aumento de población, que afectaron la pendiente del Gran Canal. Esto en conjunto con la permanencia de inundaciones y el aumento de las aguas residuales a medida que la población seguía disparándose obligaron a planear una obra aún más ambiciosa: el drenaje profundo.
El drenaje profundo (DP)
Considerado el drenaje urbano más grande y extenso del mundo, el DP consiste en dos túneles Interceptores, uno al oriente (10 km) y uno central (8 km), ambos con cinco metros de diámetro y ubicados a 30 y 50 m de profundidad, respectivamente. Estos a su vez se conectan a otro más grande de 6 m de diámetro y 50 km de longitud denominado emisor central ubicado a una profundidad de 240 m.Sería esta la obra que finalmente permitiría reducir considerablemente las inundaciones en la ciudad y desaguar casi efectivamente el drenaje de la ciudad.
A diferencia de lo que uno querría escuchar, del volumen total de agua que desaloja el DP, tan sólo 20% es agua negra o residual; el otro 80% restante es ni más ni menos que el agua de lluvia que fluye hacia las coladeras durante los meses lluviosos. El volumen total evacuado por DP durante esta temporada es del orden de 210 m3/s. Si no alcanzas a dimensionar este volumen imagina 210 mil cajas de leche pasando a través de una tubería de 6.5 m de diámetro ¡cada segundo!
La agricultura con aguas residuales
Pero no toda el agua que desalojan los drenajes de la Ciudad termina en el mar. El destino de una porción de ella se encuentra más cerca de lo que imaginamos. Una buena parte del agua residual de la Ciudad de México se utiliza en dos distritos agrícolas establecidos en el estado de México e Hidalgo: El valle del Mezquital y los Insurgentes. Son 93,000 las hectáreas regadas con aguas negras, provenientes principalmente del Emisor Central del DP.
El valle del Mezquital se ha transformado en una importante zona de cultivos de alfalfa, maíz, trigo y cebada, que da trabajo a alrededor de la mitad de la población, lo cual ha impulsado la economía de la zona. Los nutrientes del agua negra han transformado al suelo convirtiéndolo en uno de los terrenos más ricos y fértiles por lo cual, las propuestas de cambiar el agua negra por agua tratada han generado oposición de la mayoría de los agricultores.
Los estudios sugieren que este tipo de agricultura no representa un riesgo para salud en el caso de forrajes y maíz; no obstante, sí lo es para hortalizas y cultivos como frijol, papa, cilantro, lechuga, chícharo, betabel, col, espinaca y otras legumbres, pues existe el riesgo de que contengan metales pesados y otros agentes patógenos. Por esta razón, la producción de estos cultivos se prohibió en 1992. Sin embargo, se sabe que continúa la producción de manera clandestina. Si quieres saber más acerca de esta interesante y paradójica situación, consulta el siguiente artículo en nuestro blog.
Después de que el agua se fue
Quedan algunos de los territorios lacustres del sur de la ciudad, como Xochimilco, San Gregorio, San Luis Tlaxialtemalco, Tláhuac y Mixquic. Algunos de ellos conservan canales y chinampas y en sus habitantes permanece la memoria, la identidad y la cultura del agua que alguna vez reinó en la Cuenca de México.
Tuvieron que transcurrir casi cinco siglos para edificar una gran zona metropolitana a costa de exterminar los lagos, ríos y manantiales. Paradójicamente esta zona urbana se ha convertido en una de las más sedientas en el mundo. Claramente, la relación de los habitantes de la cuenca con el agua ha cambiado drásticamente; básicamente abrimos llaves, usamos el agua y la desechamos. ¿Pero, estamos conscientes de qué manera se abastece con agua potable a la Ciudad de México y por qué esta tarea se está volviendo cada vez más difícil? Averígualo en la última entrega de La turbulenta historia del agua en la Cuenca de México.
Referencias principales Legorreta Gutiérrez, J. (2006). El agua y la Ciudad de México: de Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, División de Ciencias y Artes para el Diseño, Departamento de Evaluación del Diseño en el Tiempo. Durazo, J., & Farvolden, R. N. (1989). The groundwater regime of the Valley of Mexico from historic evidence and field observations. Journal of Hydrology, 112(1-2), 171-190.