Rubén Islas (@ruben_97) 14 noviembre de 2022
Una flor en la acera
Existen los encuentros casuales, este del que escribo es uno de esos, uno de tantos encuentros que como ser viviente he tenido. Soy humanx y camino, y fue en uno de esos tránsitos o caminos que trace en el año de 2021, en el que casi piso, entre las calles de la periferia que habito, una flor. Una flor rosita y pequeña en el borde de un cuadrito de tierra sobre la banqueta, era de noche y solo me quedaron dos cosas: una foto borrosa en medio de la oscuridad tomada con mi celular y un posible nombre para la flor que acababa de ver guardado en mi cabeza. Aquella no era la primera vez que veía una flor como esa, solo que esta era diferente, de otro color y altura, y yo estaba sorprendido de encontrarla en medio de una de mis calles, sin embargo, iba tarde y decidí seguir mi camino, pero me prometí volverla a ver.
Vidas coexistiendo
Tiempo después la foto borrosa habló y pude recordar el género que había guardado en mi cabeza, se trataba de una especie perteneciente al género Zephyranthes. Estudié biología y por eso sabía el género, del cual había aprendido en una de mis clases de plantas, aunque sabía que necesitaba más información para descifrar de qué especie particular se trataba. Sin embargo, solo tenía la foto y un vago recuerdo del sitio exacto donde la vi. Durante los meses siguientes caminé para ver si seguía ahí, pero no fue así.
Era una de mis rutas habituales, y sin embargo no la encontraba. Había investigado más sobre la naturaleza del género Zephyranthes al cual ya sabía que pertenecía dentro de la clasificación del reino Plantae. Descubrí que se trataba de plantas con bulbo, una estructura que almacena nutrientes, agua y demás enceres, y que la mantiene viva bajo tierra, le permite esperar a la temporada de lluvias y a mejores condiciones ambientales para sacar nuevas hojas, florecer y reproducirse con otras de su especie, para después regresar a bulbo, resguardado en la tierra y a la espera de otro ciclo más. Entonces, ¿cómo iba a encontrarla? Si claramente había olvidado el sitio exacto y ahora estaba bajo tierra, tuve que ser paciente, caminar, y esperar sabiendo que su existencia continuaría. Parece difícil que uno se asombre tanto por una flor, pero en medio de cemento y gris, la vida corría y se dejaba ser, y así como yo vivía la mía, esa planta hacia la suya.

Tenía tantas dudas que me asaltaban cada que pasaba por esas calles donde sabía que estaba en algún lugar bajo tierra. ¿Cómo es que se reproducía esta planta? ¿Cómo llegó allí? ¿De dónde venía? ¿Quién la polinizaba?… Es la única de su tipo que había visto por mi barrio desde hace años, aunque sabía también por mi investigación que Zephyrantes es un género nativo del país. Además aprendí que hay varias especies de estas hierbas, con flores de pétalos rosas y blancas, que sus frutos son cápsulas que resguardan las semillas y las dispersan cuando la cápsula se abre con el paso del tiempo, que tienen flores solitarias, y que se trata de hierbas con hojas basales planas y lineares, etc. Pero con mi foto borrosa tampoco podía saber de cuál de todas esas especies se trataba por cuenta propia. Seguí caminando varias veces por esa ruta, sabiendo que un día nos veríamos de nuevo y, fue así, cuando las lluvias del 2022 llegaron, volvió aparecer entre la tierra con sus hojas.
Ahora ya la había ubicado, sabía que ahí estaba, brotando de nuevo, mostrándose. Me quedé más tranquilo y me grabé el lugar donde la volví a ver. Fue entonces cuando me di cuenta que nuestras vidas coexisten en el trazado urbano, yo en mi casa, la flor en su banqueta, vidas coexistiendo en el cemento.
Ciclos de reconocimiento y reencuentros
Tiempo después la olvidé, como unx suele olvidar cosas que importan. Fue así que pasaron meses, hasta que en agosto de este año volví a mirar al suelo para reencontrarnos. Estaba ahí de nuevo con su flor rosa, y yo estaba ahí de nuevo con todas mis dudas, sin embargo, se me hacía tarde nuevamente, porque la vida no espera y me despedí en silencio de aquella flor que me había enseñado tanto. Algo me quedó claro después de ese reencuentro, que ambos cursamos nuestros ciclos de vida y de desarrollo, y los de la planta se repetían, así como yo repetía mis rutas habituales y recorridos por el barrio. Recordé tanto de botánica gracias a mi primer encuentro y aún tenía tantas dudas, pero ya no importó tanto qué especie era, me bastaba con saber que era nativa y con tener el género al que pertenecía, ahora sabía más de cómo vivía y de su ciclo de floración. Así que ahora iba entendiendo su fenología, o cómo es que cumple sus ciclos para existir en un cuadro de tierra en la banqueta, ahora por lo menos sabía que floreaba entre agosto y septiembre, que tenía un bulbo que la mantenía con vida bajo tierra y que efímera y floreciente la volvería a ver.

Fuentes
Ilustración: Nuestros jardines y sus flores | Página 114 (infojardin.com)