Por Omar Ballesteros
El calor sofocante e incandescente de las seis de la tarde no detuvo a docenas de familias que llegaban sonrientes y dispuestas a comenzar las labores encomendadas. Hacía mucho tiempo que ya no se miraban personas en la calle. Algunas con picas, palas, azadones, y sombrillas. Muchos se preguntaban ¿Hay algún evento? ¿Qué pasa en la preparatoria? Nadie se imaginaba que era el principio de un cambio generacional en Barroterán, Coahuila. Sucedió cuando las minas parecían haber desplazado toda naturaleza, adueñándose de las calles, de las orillas, del monte, del desierto. Justo cuando se creía que para ir a las montañas se necesitaba tener un permiso y que para comprar alimentos se tenía que visitar algún supermercado. Sucedió en ese momento, cuando los alumnos encontraron en su pueblo la naturaleza que habían ido a buscar allá afuera.
Parecía que Barroterán mostraba un desapego total a su tierra. Claro, la culpa no era de los pobladores, mucho menos de la juventud porque de niños no crecieron junto al arroyo que actualmente se encuentra seco, lleno de basura y en el olvido. Tampoco pudieron ir a los Sauces ni a los estanques a ver beber agua a los animales, porque desde hace años son propiedad privada. Sin embargo, muchos desde pequeños ayudan a sus padres y abuelos a sembrar.
Todos acudieron a la cita. Alumnos, maestros, padres de familia y personal administrativo. Pacheco, el profesor de matemáticas, preparaba los cálculos para dimensionar los radios del huerto en conjunto con Rodo, el agroecologista. Isabel, la maestra de programación escarbó y sembró semillas, recordando como su padre le enseñó a cosechar acelgas. Diego, el teacher, con azadón en mano, removió el estiércol de vaca para preparar una tierra fértil. Graciela, la maestra de pintura, en conjunto con Mina Morsán preparaban el mural referente al huerto. Yadira, la coordinadora, escarbó los pozos y se puso a regar. Pero, ¿qué era lo que mantenía la unión y el gran trabajo en equipo?
Un huerto escolar dentro de las instalaciones del Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos Barroterán, un huerto en forma de círculo con un sistema similar al cuerpo humano, una mandala de la vida, cíclica como la naturaleza misma. Todas las manos que sembraron lo hicieron con amor, en cada proceso instruidos por Rodolfo González, demostraron, cómo los mismos alumnos dijeron: “[…] que la naturaleza no es algo aburrido como muchos piensan” y en efecto así pasó. Los alumnos salieron de las aulas para convivir con la tierra, para ser compañeros de los árboles y de las plantas. El huerto que lleva por nombre “Inexplicable” es algo nuevo para toda la comunidad de la Región Carbonífera. Los alumnos vieron el atardecer mientras preparaban la tierra, interrumpieron sus labores para ponerse a saltar la cuerda junto con los maestros, otros se subieron a los tubos para caminar sobre ellos, como jóvenes animados por hacer algo nuevo en su región.

Ustedes se preguntaran ¿Por qué lleva por nombre “Huerto Inexplicable”? Cuando les preguntaron a los alumnos como querían nombrar al huerto, llovieron propuestas, pero ninguno había recibido aplausos y elogios al momento de nombrarlos. Hasta que una alumna mencionó el nombre de “Inexplicable”, porque reflejaba lo que ella sentía al estar en el huerto. Todos, coincidieron.
Era inexplicable, ¿Cómo un huerto puede cambiar el paisaje de un desierto? Inexplicable como la unión de los muchachos, que en tres días levantaron el huerto. Las redes sociales fueron testigo del impacto que tuvo en la comunidad y la buena respuesta por parte de los habitantes de un pueblo lastimado por la minería.

Fueron muchas las sensaciones encontradas, por un lado, los alumnos descubrieron que las escuelas pueden ofrecer espacios que en verdad ayuden en el día a día. El huerto rompe con el estereotipo de las fotografías de Coahuila; destrucción, luto, tierra que es para fines empresariales pero no para la juventud. Durante mucho tiempo se nos hizo creer que la tierra del carbón no servía para sembrar y entre otros pretextos se colaba la idea del sol y el calor como destructor de la naturaleza y la sequía de las plantas.
Tal vez nosotros creímos estos datos erróneos porque vivimos en Barroterán. Conocemos la cantidad de sol que está presente la mayor parte del día. Un sol que arde, que te hace sudar al primer contacto, que te puede generar enfermedades. Sinceramente nadie en el pueblo había tomado la iniciativa de querer demostrar que cualquier tipo de tierra se prepara para poder hacer lo inexplicable. En la educación básica de Coahuila, es decir, primaria y secundaria no te enseñan en sus programas a plantar. Muchos pueden reprochar que no hace falta tener un libro sobre cómo regar las plantas. Pero un huerto no sólo tiene la finalidad de que lo rieguen, lo más importante es que nos ofrece alimentos de primera calidad, además de ser utilizado como espacio en el cual los alumnos puedan disfrutar de un amanecer o un atardecer.
Un grupo de alumnas fueron las encargadas de pintar una de las fachadas del CECyTEC y acompañaron el dibujo con una frase de Ricardo Flores Magón, personaje que inspiró el nombre del plantel de dicha institución. El diseño de la ilustración estuvo a cargo de Sofía Probert. El huerto fue montado por Conexiones Climáticas, Organización Familia Pasta de Conchos, Iniciativa Climática de México y La Ecolectiva. Sembraron la esperanza para cosechar la vida, algo nunca antes visto en el pueblo de Barroterán. Estamos tan acostumbrados a los desiertos que lo verde nos parece algo inexplicable y quedó claro que todos queremos ir hacía la vida.