La biología es una profesión cuya base es preguntar. Aquella curiosidad que alimenta las investigaciones es la misma que hizo que nos preguntáramos, ¿qué tipo de criatura somos?
Por Diego Ramírez Martín del Campo
Siempre he pensado que hablar de algo que te apasiona puede ser una de las cosas más difíciles. Pregúntamelo a mí, mientras reformulo este ensayo por vez cincuentava. Y es que siempre está el riesgo de sonar pretencioso, o de escucharse como si se estuviera intentando adoctrinar a alguien. En este tipo de menesteres debe haber cierto balance entre picardía, respeto y pasión, o de lo contrario el interés puede volverse indiferencia, y eso, en mi opinión es mucho peor que el rechazo. ¿Y si todo sale bien? Bueno, la verdad es que no hay muchos placeres que igualen el de compartir algo que amas y que sea recibido con el mismo gusto, y al final, ¿quién sabe? tal vez lograste despertar un nuevo interés o pasión en alguien. Así que, con esto en mente, tomaré esta oportunidad y hablaré de algo que ha ocupado mi mente desde muy pequeño y que tantos años después no ha logrado abandonar: la biología.
El 25 de enero se celebró aquí en México el día del biólogo. Un día como ese, pero de 1961, se creó el Colegio de Biólogos de México. Esta fecha es relevante pues celebra uno de los días en los que no pasa tan desapercibida la labor que hacen los estudiosos de la vida, pero no cometeré mi primer error aquí. En vez de hablar de logros o hazañas de la biología como gancho para despertar interés en quién lea, o de hablar de sus carencias y necesidades para invocar algo de compasión, pienso que una mejor estrategia es hablar de lo personal y la experiencia. De lo contrario esto puede convertirse en una competencia de fanfarronear (mis gustos son más importantes que los tuyos así que únetenos). Pienso que ahí está el principal problema, en enlistar las razones por las que quien lea o escuche debería gustarle algo, cuando la clave está en que entiendan por qué es que uno lo ama. Por qué mi interés llegó a convertirse en parte de mi visión del día a día.
Siempre fui muy curioso de pequeño, me gustaba pasar tiempo entre la tierra y las plantas, juntando semillas y observando como el tiempo alimenta a las cosas que crecen. Tenía cuatro años cuando fui con mi familia a Aguascalientes a pasar las vacaciones de verano. Tras siete largas horas de trayecto llegamos al pequeño estado en el centro del país, y para ese punto mi inquieto cuerpo rogaba salir del auto y reactivarse de nuevo. El tiempo pasaba lento y allá las tardes pueden llegar a ser sumamente calurosas, así que para entretenernos a mi hermana y a mí, mis papás decidieron llevarnos al Museo Descubre de ciencia y tecnología.
Una vez ahí, comenzamos a pasear por las diversas salas para niños, ya más tranquilos gracias al aire acondicionado y a que las exposiciones mantenían nuestras mentes ocupadas. Entre imágenes de galaxias y estrellas hasta maquetas con dinosaurios nos abríamos paso por una de esas exposiciones donde se camina con el tiempo a través de los eones y de las diferentes etapas de la vida. Pero repentinamente una imagen me paró en seco. Frente a mí se erguía una representación de la famosa marcha del progreso, y ahora, frente a esta se encontraba un pequeño niño atónito. Me gustaría que este momento hubiera transcurrido como en las películas, donde un inocente y despistado niño se topa por accidente con el símbolo o evento que le cambiaría la vida. En cambio, frente a este ícono solo se encontraba un niño que en plena explosión gritaba: ¡Yo no soy un mono! A toda prisa, impulsada por años de experiencia, mi madre logró sacarme del museo y detrás de mí dejaba una estela de sonido que hacía eco entre las paredes y repetía: ¡Los monos no se convierten en personas!
Dicen que del amor al odio hay solo un paso y viceversa. En efecto, sólo uno fue suficiente para hacerme llegar a la aversión, pero para salir de ahí se necesitaron todas las famosas etapas del duelo para gradualmente pasar de la negación y la ira a la aceptación. Y sin darme cuenta lo acepté. De pronto la idea de que todo lo vivo está hasta cierto punto hermanado plagó mi interpretación del mundo. Quería saber qué se relacionaba con qué y hasta qué momento. Que las aves eran dinosaurios, y las ballenas parecían perros. Que hay parientes de elefantes que irónicamente parecen ratones y que todas estas relaciones se han entretejido con tiempo y suerte a través de milenios. De alguna forma el mundo entero era ahora diferente, pero lo único que había cambiado era la forma en la que veía.
No estoy diciendo que para lograr esto hay que vivir un trauma de pequeños (padres leyendo esto, por favor no). Solo quiero decir que todos podemos ganar cierta apreciación e interés por lo que nos rodea, por todo lo que como nosotros respira, hasta por lo que nos llevamos del plato a la boca, y la clave está en entender que todo está abierto a ser cuestionado. “Gracias a la biología vivimos, conocemos la naturaleza.” Dijo alguna vez la grandiosa botánica y cactóloga Helia Bravo Holis. Todo ser vivo cuenta una historia propia, y por eso es que un grupo de peculiares personas deciden estudiarla.
Un mundo de respuestas
Pero bueno, además de contar patas y hojas, y de pensar en bonitas familias de pájaros y reptiles, realmente ¿qué se hace en la biología? En primera instancia es algo muy franco: se investiga aquello que esté vivo, pero como con todo, hay más de lo que se ve a simple vista. Básicamente nombramos, clasificamos y buscamos las relaciones e interacciones entre individuos, grupo y ambiente. Esto parece ser muy claro para todos, pero la experiencia me cuenta que existe un área algo difusa dónde se mezclan los detalles y lo específico tiende a enredarse, en especial para aquellos ajenos al gremio. Esto se ve reflejado perfectamente en el tipo de preguntas, ciertamente poco ortodoxas que a menudo recibimos. A manera de ejemplo enlistaré algunas que me han hecho y que son de mis favoritas (admito que con algo de morbo), pero definitivamente no con motivo de burla (aunque no negaré que algo de catártico tiene): ¿El pasto y los árboles son lo mismo?; ¿de verdad tu trabajo es ponerle nombre a plantas?, ¿por qué los monos no se han vuelto personas?, ¿qué tiene mi perro al que le duele la panza? Como que huele a animal muerto, ¿a cuál?, ¿para qué sirve el vello púbico?, ¿qué veneno para plagas es el mejor?, etc.
No hay duda de que estas cuestiones llegan de una concepción equivocada de la labor del biólogo. De un entendimiento cuarteado de lo que le compete a las disciplinas de la salud (medicina, veterinaria o farmacéutica), las brechas de las diferentes clases de organismos, y básicamente todo lo que se encuentra entre lo recién mencionado y lo que debería hacer una enciclopedia de clasificación. Este es entonces un problema con muchas causas, de la que los biólogos somos algo responsables. En parte porque el conocimiento de la materia generalmente se queda entre las paredes de la academia. En parte porque al especializarnos en una disciplina nos volvemos ignorantes del resto. Y en gran medida por la falta de interés de parte de la comunidad no científica. Que sí, que estas preguntas son relativas a la biología, pero también son de una naturaleza más técnica y no corresponden directamente a una bióloga. Entonces, de entender la naturaleza de lo qué se pregunta se podría haber supuesto una respuesta o la falta de esta. Y no nos equivoquemos, no hay nada malo en hacer preguntas, al contrario, esta es una profesión cuya base es preguntar, y cuestiones más enfocadas solo llegan con experiencia y con un entendimiento general de qué es lo que se pregunta. Por esto es que siempre me ha gustado pensar que de niños ya somos algo científicos. Preguntar, ensuciarse, levantar, contar, abrir, separar y desarmar para entender y organizar son pasiones que tanto niños como biólogos comparten, con la diferencia de que el científico las volvió su profesión. Por algo nos decía un maestro en la carrera que el científico es el niño que creció y no perdió la curiosidad, y no podría estar más de acuerdo.
Árbol de la vida
El estudio de la vida existe desde que hubo alguien con el interés de estudiarla. Es la labor actual de los biólogos, en la antigüedad lo fue de los filósofos, hoy en día este campo le pertenece a los científicos, que realmente es una profesión relativamente joven. De hecho, el término “científico” fue acuñado en 1833 por William Whewell, y así se volvió de esta afición una profesión formal. De manera general sus campos de trabajo son muy diversos, pero en esencia la investigación se efectúa de dos maneras, como estudios prácticos o teóricos. Este es el caso de todas las ciencias. Los primeros se encargan de resolver para aplicar y generar. Para la producción y la industria, para el mejoramiento médico, farmacéutico, alimenticio y del desarrollo en general. Los segundos se enfocan en el conocimiento abstracto, teórico, para comprender cómo es que nosotros y el resto de los seres vivos llegamos a ser. No necesariamente con una aplicación directa, pero con el entendimiento como meta. Realmente ambas partes, más a menudo que no, interactúan y se entrelazan como el complejo enmarañado que es la ciencia moderna. Ahora, existen otras dos divisiones donde específicamente encontramos a quienes estudian la vida: como cuenta patas o como ratones de laboratorio, perdón, como investigadores de campo o de laboratorio. Los primeros estudian a los seres vivos in situ. Estos investigan su ámbito, su morfología e interacciones como organismos y sociedad (si es que la tienen). Los segundos llevan a la vida a un espacio controlado, a un ámbito cómodo entre cuatro paredes en un laboratorio donde analizan minuciosamente cada una de sus partes e interacciones individuales, y así hasta su parte más ínfima, como cada detalle de lo microscópico y lo metabólico. Los científicos prácticos abundan en ambas partes, mientras que los teóricos se encuentran más comúnmente en un laboratorio o estudio.
Así trabaja la ciencia en términos generales, para que se facilite el entendimiento de un concepto o proceso es mejor clasificarlo y agruparlo. Ver dónde y cómo encaja cuando se le compara con otros, para así extrapolar y atar los cabos sueltos que permitirán tener una idea más clara de a qué nos enfrentamos. No hace demasiado tiempo agrupábamos a todos los seres vivos como animales y plantas y lo no vivo como minerales. Estos eran los tres reinos. Hoy en día el nivel de especificidad es bastante mayor y agrupamos únicamente a lo vivo en cinco reinos, y las divisiones superiores e inferiores al reino también son mucho más bastas. De hecho, en tiempos modernos, estos cinco reinos han estado en constante debate, y diversos investigadores piden una revisión y un cambio más comprensivo que abarque más claramente lo que se entiende hoy en día.
El método y práctica de investigación ha cambiado con los años, y al igual que su objeto de estudio se ha ido adaptando al cambio, pero las bases y las razones han sido siempre las mismas: la curiosidad humana. Y aunque biólogos y científicos son términos relativamente nuevos, sus pares y equivalentes han existido desde mucho tiempo atrás. Antes de eso fueron naturalistas, grandes viajeros como Darwin y Wallace, estudiosos de las ciencias naturales, como Linneo. Previo a eso botánicos como Dalton Hooker. Maestros e investigadores a encargo bajo el mecenazgo como Galileo. Filósofos de la antigüedad como Aristóteles. El vehículo de estudio y los términos de la investigación han cambiado, pero el motor y la razón han sido los mismos desde la primera vez que alguien se preguntó qué tipo de criatura somos. Qué es lo que nos rodea y cuál es nuestra relación con el todo.
Esta historia de la investigación está llena de grandes nombres de enorme reputación, por lo que es fácil intimidarse. Pero si hay algo que tomar de esto es que la ciencia no es una serie de preguntas importantes para personas importantes, estas realmente le competen a quién se las haga. A quién las tome con una mente curiosa y decida hacerlas su vocación. Así se obtienen grandes nombres. Y en general, intentar encuadrar y ordenar a un mundo al que eso le tiene sin cuidado tiene en mi opinión algo de noble, el saber por conocer.
Autoestudio: bajo un microscopio propio
Toda profesión tiene valor, y definitivamente estoy siendo parcial aquí, pero pienso que el estudio de la vida presenta algo particularmente noble si se le ve con una mira amplia. Es la vida que se estudia a sí misma; la vida que no se entiende, así que se analiza a través de sus sombras y reflejos. Y como en todo, aparecen sus virtudes y defectos. Que si la ciencia es una u otra cosa y a qué responde. Que si los biólogos son ecologistas come flores, o son el respaldo amoral de una industria con la capacidad genética de jugar a ser Dios. Y la verdad es que ninguna de las dos, o más bien, según una de nuestras frases preferidas: depende. El camino que se tome le es independiente a cada persona, así como el nivel de pragmatismo es algo individual. Ningún extremo es bueno, y toda postura debe tomarse bajo completo uso de conciencia. A final de cuentas esta es una práctica completamente humana, y como tal vendrá con defectos característicos, pero también será el producto de una de las mejores partes de la humanidad como la curiosidad y la implacable determinación ante la prueba y el error. Las preguntas constantes que invaden la cabeza, el no satisfacerse con respuestas simples y el hambre de poder masticar hasta el hueso cualquier incógnita que el enigma que la existencia presente; todas las cuales, espero, se hayan vuelto ahora una parte constante de tu visión del mundo.
Bibliografía:
- Gaceta UNAM, Guzmán Aguilar, Fernando, 2021, “60 años celebrando el día del biólogo en México”, https://www.gaceta.unam.mx/60-anos-celebrando-el-dia-del-biologo-en-mexico/#:~:text=El%2025%20de%20enero%20de,celebra%20el%20D%C3%ADa%20del%20Bi%C3%B3logo.
- Investigación y Ciencia, Bertomeu Sánchez, José Ramón, 2020, “Whilliam Whewell y la ciencia como profesión liberal”, https://www.investigacionyciencia.es/blogs/ciencia-y-sociedad/108/posts/william-whewell-y-la-ciencia-como-profesin-liberal-18883#:~:text=Whewell%20propuso%20%C2%ABscientists%C2%BB%20inspir%C3%A1ndose%20en,controversia%2C%20el%20t%C3%A9rmino%20acab%C3%B3%20imponi%C3%A9ndose.
- Biagoli, Mario, (2008), Galileo Cortesano, Buenos Aires, Argentina, Katz Editores.
Foto de portada por aleksandarlittlewolf en freepik.