Por Mariana M. | 12 de octubre del 2021
El sabernos relativamente limitados a una pantalla me ha hecho pensar en los pros y contras que representa para la salud mental de quienes ya hacían esto rutinariamente antes de que llegase el COVID-19 a nuestras vidas.
Un día mientras scrolleaba en mi Tumblr, encontré unas imágenes bellísimas que relatan la realidad de muchas personas desde antes de la pandemia pero que ha venido acrecentándose a raíz de ella. Mientras los equipos de salud y la comunidad científica se enfrentan a conocer conjuntamente qué hay detrás del comportamiento de un virus que arrasa con buena parte de la población mundial. La otra cara de la situación (y que a veces abruma) es el desarrollo creciente de una dependencia de los medios a través de los que obtenemos información, en este caso, Internet. Sí, es una dualidad muy extraña porque suena a jaula de oro, nuestra forma de saber de las otredades y de reforzar nuestro sentido de pertenencia en colectivos pero también lo que muchas veces nos tiene encerrados en cuatro paredes con las vértebras en curva.
Y es que no hay opción. O no muy clara. Los colegios deben implementar medidas que no impliquen contacto físico ni compartir espacios cerrados, ¿cómo podrían habilitar espacios abiertos cuando se carece en gran medida de la infraestructura para ello? Internet y, consecuentemente, las videoconferencias suele ser la idea asequible -aunque no para todes-, la más segura en la carrera maratónica por la contención y control viral.
En un artículo de la Universidad de Indonesia de este año, se relata -más o menos- lo que yo ya venía pensando después de ver el cómic del aislamiento y la permanencia en redes: La interacción social limitada con nuestros compañeros puede conducir a la soledad y a un mayor riesgo de salud mental. Ellos sólo eligieron a los adolescentes como su población a estudiar. Sin embargo, creo que es algo que nos ataca -aunque a través de mecanismos diferentes- a todes. Aunque el estudio arroja que no se encontró una correlación entre el aislamiento y la adicción al Internet, sí que esta última puede verse potenciada en gran medida por otros factores asociados como son internalización, externalización, problemas prosociales y del sueño.
Si nos vamos al sueño, entendemos también que nuestros ciclos circadianos podrían verse afectados. Basta con ver artículos como el de Shrivastava y Saxena (2014), donde se ha planteado que existe una correlación negativa entre la secreción de melatonina (una hormona con participación crucial en la regulación del sueño) y las horas de uso del celular.
Y volvemos al punto. Si no dormimos, no sentimos que seamos óptimos para las actividades. Pero al día siguiente tenemos que usar algo que nos dificultó el sueño la noche anterior. Todo esto, en aislamiento y con pocas interacciones, si es que las hay. Y así han pasado meses para demasiada gente.
Luego, tuve una pequeñez de optimismo que me ha traído hasta acá:
Nos encontramos solos, pero no solitarios. Las medidas actuales de distanciamiento social tienen que ver, de hecho, con la distancia física. Pero hoy, la distancia física no tiene por qué significar aislamiento social.
Podemos contactar a través de videollamadas y esto nos brinda una sensación de cercanía con los nuestros, a quienes no podemos abrazar ni ver más que a través de la pantalla. Las comunidades formadas en Internet nos muestran que podemos crear nichos agradables y nos ayuda a generar un sentido de pertenencia con otros usuarios con los que compartimos gustos, vivencias, etc. Un ejemplo de ello es justamente Tumblr, pero hay muchos más. Podemos escribir cartas, podemos desarrollar nuevos hábitos con nuestra familia o personas cercanas que nos desdibujen la idea de que los medios e Internet son el único vehículo para alcanzar hobbies interesantes. Y sí, es posible vislumbrar la luz al final del túnel (lo que sea que eso signifique para nosotros).
Miro a mi alrededor y me es imposible pasar por alto la importancia de las interacciones sociales para la sociedad humana. Forman la base de las familias, nuestros gobiernos e incluso nuestra economía global. Después de todo, somos de las especies más sociales dentro de los mamíferos, nuestra propia historia natural lo dice así. Entonces, ¿por eso es tan difícil sobrellevar este año y medio aún siendo (como yo) personas que se aíslan por voluntad propia? ¿estaré lista para hacerlo después si se presenta otra situación extrema que nos obligue al encierro?