Hay prácticas humanas que contaminan y destruyen parte del ambiente natural; por ejemplo: la tala y quema de arboles para la agricultura o el consumo excesivo de recursos naturales son acciones que pueden considerarse como tal y es algo que creemos reprobable. Tal es el caso que promovemos acciones como el reciclaje o reúso de productos, como en este artículo en Planeteando, entre otras cosas. Pero, ¿cuál es la razón por la que creemos que es reprobable? Sus implicaciones éticas.
La ética ambiental es un área de filosofía que tiene como objeto de estudio la relación moral, si es que la hay, entre los seres humanos, el medio ambiente y sus contenidos no humanos, así como su valor y estatus. Trata de responder a preguntas como ¿Por qué deberíamos preservar los recursos naturales? ¿Tenemos la responsabilidad de contaminar poco, por el daño que ocasionamos a otros? ¿Es justo que paguen más quien contamina menos? Algunas preguntas son de carácter individual, otras son más globales e incluso otras abstractas, como el valor moral del ambiente natural.
En las discusiones contemporáneas sobre ética ambiental, lo que está en tela de juicio es por qué razón tenemos alguna clase de deber moral respecto al ambiente natural; por ejemplo: el porqué deberíamos mitigar el cambio climático. Eso ha motivado debates que suponen una distinción entre valores intrínsecos e instrumentales. Dicho en otras palabras, han argumentado que la razón por la que tenemos el deber de preservar el ambiente natural se debe a su:
- Valor instrumental: el deber que tenemos con personas de otros países, otras generaciones, el planeta, depende de cuánto beneficia a otros seres humanos. No es que el ambiente natural y sus componentes, como el resto de seres vivos, tengan un valor y procuremos preservarlo; sino que lo tienen en medida del beneficio que nos reporte a nosotros, como seres humanos. En general estas propuestas también suelen ser antropocéntricas: el ser humano es el único motivo por el cual hay valores morales en el medio ambiente.
- Valor intrínseco: tenemos el deber de preservar el planeta porque es valioso en sí mismo y su contenido, es decir, independientemente del bienestar que pueda causar al ser humano la preservación de áreas naturales o especies animales, debemos hacerlo porque son valiosos por otros motivos. En este sentido, incluso cuando la preservación de ciertas áreas naturales vaya en contra de intereses humanos, se está justificado por el valor intrínseco de esas entidades. En general estas propuestas son no antropocéntricas.
Una de las principales dificultades para cualquier postura ética proviene de la naturaleza misma de la discusión: son cuestiones de valor. No encontramos hechos en el mundo que nos permita dirimir la problemática como las de justicia intergeneracional o deberes respecto al ambiente natural (Lamarque et al., 2010; Kosltat et al., 2014) y dependemos totalmente de argumentos o razones. Aunque podemos apelar a evidencias para sostener nuestros argumentos, no son suficientes por sí mismos para determinar la cuestión. Por ejemplo: podría ser un hecho que hay gente que contamina más que otras personas, ¿de ello podemos concluir que quien contamina más tiene el deber de remediar el daño? No sin un argumento que vincule esos hechos con algún deber moral. En algunos casos es falaz inferir cuestiones de derecho de las de hecho (Putnam, 2004).
Si términos como injusticia, responsabilidad, deber, son sensibles a nuestros códigos éticos, entonces hay tantas formas de entender esos conceptos como criterios y parece que podemos tener distintas propuestas éticas que se decanten por valores intrínsecos o instrumentales. Y eso pasa precisamente en ética ambiental: hay varias propuestas que concluyen cosas diferentes; por ejemplo, la ecología profunda (Naes, 1973) sostiene que el ambiente natural tiene un valor intrínseco, que no depende de los seres humanos y además es no antropocéntrica. En este sentido, todos los seres humanos tenemos el deber de preservarlo: esto puede ser cambiando tu forma de alimentación, los métodos de transporte, los artículos que usas, etc. En cambio, si hablamos de una ética antropocéntrica (Singer, 1993; Regan, 1983) diríamos que no todos tenemos el mismo deber de preservar el ambiente natural, sino que unos tienen más responsabilidad (Kolstad et al, 2014). En ese sentido: países que contaminan más tienen la responsabilidad de reducir sus emisiones de CO2 antes que los que contaminan menos.
Creo que podríamos estar de acuerdo en algo, independientemente del tipo de sistema ético que adoptemos, es mejor tener buenas razones éticas que no tenerlas. Quizá podríamos mitigar el cambio climático apelando a cualquier otra razón: económica, social, biológica, etc.; pero muchas de esas decisiones pueden suponer alguna clase de código moral implícitamente. Pensadores como Lynn White (1967) sostienen que nuestra crisis ambiental puede estar enraizada en el pensamiento judeo-cristiano, que ha alentado la sobre explotación de los recursos naturales, apelando a la superioridad del ser humano sobre otras formas de vida. Implícitamente hay una tesis antropocéntrica que niega el valor moral intrínseco de los contenidos del planeta no humanos.
Otras pensadoras como Sheila Collins (1974) sostienen que el sexismo, racismo, explotación de clase y, por supuesto, la destrucción ecológica se debe a nuestras ideas enquistadas en la cultura dominante del hombre o el patriarcado. La opresión de la mujer es, según otra pensadora como Val Plumwood (1993), un síntoma de un pensamiento que sostiene que debemos dominar la naturaleza. Otros pensadores como Adorno (2007) y la escuela de Frankfurt creen que el pensamiento occidental, la idea de que la razón nos ayudará a entender el mundo, es el culpable de la dominación de la naturaleza y de los otros seres vivos.
Lo que estoy diciendo con todo lo anterior es que, aún cuando creamos que no tenemos valores éticos implicados, pueden estarlo. Detrás de nuestros intereses de mitigar el cambio climático puede estar la idea de que tenemos un deber con generaciones que aún no existen o porque creemos que los animales no humanos tienen el mismo derecho que los animales humanos. De allí la emergencia de darnos cuenta de que esos códigos éticos están allí, tenemos que hacerlos explícitos, debemos ofrecer razones (porque no son cuestiones de hecho o eso parece) y tomar decisiones. En ese sentido es mejor tener alguna propuesta ética, bien razonada, que tenerla implícitamente y sin ninguna razón. Por tal motivo la ética ambiental se vuelve una tarea importante a la hora de evaluar nuestros juicios éticos respecto al cambio climático y ofrece varias alternativas.
Hay varias propuestas éticas que no menciono en este artículo. Mi objetivo sólo es presentar que hay implicaciones éticas en nuestras decisiones como la mitigación del cambio climático; pero no son cuestiones fáciles de decidir, por su misma naturaleza. De allí que haya una gran cantidad de personas que se han volcado a la tarea de clarificar la problemática. En otro artículo hablaré de algunas propuestas y las razones que tienen a favor, tanto de orden tradicional como no tradicional: antropocéntricas como no antropocéntricas. Y si a vosotros les interesa, hablaré si es relevante hablar de cuestiones éticas o podemos prescindir de ellas, aunque para ello también necesitamos echar mano de razones.
Mientras tanto, debe quedar claro que las cuestiones éticas están presentes en las discusiones en torno a cambio climático. Ya sea de forma evidente, haciéndolas claras, o no tan obvias, porque están escondidas detrás de nuestras suposiciones. Así que uno de los trabajos de la ética ambiental es clarificar esos códigos morales y ofrecer razones a favor o en contra de ciertos criterios para evaluar la pertenencia de juicios que implican responsabilidad, justicia, deber, respecto al ambiente natural.
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