Cada 8 de marzo se celebra, en muchos países, el Día Internacional de la Mujer. En esta fecha se conmemora la larga lucha de las mujeres por participar de forma igualitaria en la sociedad: una lucha por la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo. A pesar de los grandes avances que se han conseguido, la academia es uno de tantos sectores en los que la representación de la mujer sigue siendo extremadamente baja.
En 2018, por ejemplo, los Premios Nobel de Física y Química fueron otorgados a mujeres: Donna Strickland y Francis Arnold, respectivamente -un gran logro puesto que es la primera vez que dos mujeres ganan en esas áreas el mismo año (Marie Curie ganó los dos, pero con varios años de diferencia)-. Sin embargo, las mujeres siguen concentrando apenas alrededor del 5% de los premios otorgados (aquí una lista de mujeres nominadas al Nobel).
Hay quienes han afirmado que las mujeres están de alguna forma menos predispuestas o capacitadas para sobresalir en la ciencia y, aunque debería ser obvio que esto no es así, existe evidencia científica que demuestra que diferencias neurológicas entre hombres y mujeres no son suficientemente grandes como para explicar las brechas de género.
En Economía, la poca representación femenina es clara: aunque recientemente han aparecido varias mujeres en las listas de candidatos al premio (notablemente Anne Krueger, ex economista en jefe del Banco Mundial), sólo una mujer ha recibido el Nobel de Economía desde su creación en 1969 (aquí 13 mujeres que transformaron el mundo de la economía).
Un fenómeno sobresaliente es el de las llamadas power couples conformadas por académicos destacados, pero en las que es común observar que la mujer es ignorada o subestimada a pesar de ser coautora -o incluso autora principal- de una investigación, dando más importancia al hombre de la pareja. Como ejemplos están Christina y David Romer; Claudia Goldin y Lawrence Katz; Janet Yellen y George Akerlof*; o Anne Case y Angus Deaton* (estos con el asterisquito son ganadores del Nobel).
La medalla John Bates Clark -probablemente el segundo premio más importante en Economía- se otorga a los mejores economistas basados en EEUU menores de 40 años y ha sido en varias ocasiones buen indicador de futuros Nobel. Recientemente ha sido recibida por tres mujeres: Susan Athey, Esther Duflo y Amy Finkelstein (cómo son relativamente jóvenes, puede que haya que esperar un buen tiempo antes de verlas recibir el Nobel).
Pero bueno, ¿quién es la -hasta ahora- única ganadora del Nobel en Economía? Elinor Ostrom, quien recibió el premio en 2009 por su análisis de la gobernanza económica, especialmente de los bienes comunes. Antes de pasar a explicar sus contribuciones, vale la pena recordar que la misma Ostrom declaró diversos problemas que tuvo en su carrera por el hecho ser mujer.
Al buscar trabajo después de graduarse, le preguntaban por sus habilidades para la taquigrafía y mecanografía (porque obvio tenía que ser secretaria); en la prepa le recomendaron no tomar demasiadas matemáticas porque era mujer, lo cual al paso del tiempo condujo a que fuera rechazada para ingresar al doctorado en Economía; discusiones acaloradas en la UCLA por aceptarla a ella -y otras tres mujeres- para el doctorado en Ciencias Políticas. Incluso al graduarse, consiguió su primer puesto en la academia gracias a que a su esposo Vincent le ofrecieron trabajo como profesor en la Universidad de Indiana. Después de un tiempo, necesitaban a alguien que diera clases de Gobierno Americano en las mañanas y le ofrecieron a Elinor un puesto (mini autobiografía de Ostrom).
En fin, a pesar de todo esto -y de no ser economista- Ostrom fue reconocida con el Nobel de Economía por su contribución para encontrar una nueva solución a la llamada Tragedia de los comunes, utilizada por el ecólogo Garrett Hardin en 1968 para describir cómo los individuos egoístas le dan en la torre a un pastizal. La idea es más o menos así:
Un grupo de pastores llevan a sus rebaños al mismo terreno para pastar. Cada uno de ellos se da cuenta de que puede agregar una oveja más al rebaño porque sobra bastante pasto, así que empiezan a llevar más y más animales. Al cabo de un tiempo, el pastizal se agota por la sobreexplotación y ya no hay con qué alimentar a las ovejas. La cosa es que cada pastor imagina que se quedará con el 100% del beneficio de llevar una oveja extra, mientras que los daños causados por la oveja serán repartidos entre todos los pastores, por lo que resulta casi lógico que lo más conveniente es añadir tantas ovejas extra como sea posible. Plot twist: se acaban el pasto y se mueren todos, de ahí lo de “tragedia”. Fin.
Esta conclusión, en la mente de Hardin -y de muchos economistas- implicaba necesariamente que los recursos naturales utilizados en forma colectiva tenderían a ser sobreexplotados y destruidos a largo plazo, por lo que tendrían que privatizarse o ser regulados por el Estado para protegerlos. Ostrom rechazó esta idea mediante estudios de campo (en Indonesia, Nepal, Kenia, entre otros) sobre cómo la gente en pequeñas comunidades administra recursos naturales compartidos como pastizales, bosques o cuerpos de agua. Mostró que cuando los recursos se utilizan en conjunto, con el tiempo se van estableciendo reglas para cuidarlos y utilizarlos de forma económica y ecológicamente sustentable.
Para Ostrom, los recursos comunes son bien administrados cuando quienes los aprovechan son los más cercanos a ellos; la tragedia ocurre cuando grupos externos ejercen su poder (político, social, económico) para tratar de obtener beneficios. Su trabajo demuestra que los individuos y las comunidades pueden administrar sus propios recursos colectivos, por lo que existen soluciones alternativas a la privatización y la intervención estatal, las cuales han dado pie en distintos casos a la destrucción de los bienes comunes naturales, ecosistemas, poblaciones, especies y diversidad genética, además de erosionar el capital social de las propias comunidades involucradas. Esto además reconoce implícitamente el valor del capital humano y social de muchas comunidades indígenas y rurales que poseen sus propias formas de organización social, política y productiva.
Su libro más famoso –El gobierno de los bienes comunes-, menciona que las comunidades locales son capaces de evitar la Tragedia de los comunes sin necesidad de recurrir a la regulación jerárquica si reúnen ciertas condiciones, que se resumen en 8 principios básicos. Sin embargo, el trabajo de Ostrom se puede generalizar a un gran número de situaciones en las que diversas personas explotan conjuntamente un mismo recurso (ver por ejemplo la charla que dio en la UNAM en 2012 sobre la política de cambio climático).
Elinor Ostrom es un ejemplo de lucha, perseverancia e inteligencia; de cómo sí es posible alcanzar nuestras más grandes metas a pesar de los obstáculos en el camino. Pero también es una llamada a la reflexión sobre cuántas mujeres no habrán podido conseguir lo que ella -a pesar de tener todas las capacidades- por las barreras de género que como sociedad les hemos puesto enfrente. ¿Cuántas ideas revolucionarias, teorías nuevas, innovaciones científicas y avances tecnológicos habremos perdido como humanidad por no otorgarle a cada persona la voz y el espacio que se merecen?