Dentro de la multiculturalidad de México, una de sus facetas es ser un país campesino, ya que una de nuestras actividades económicas de mayor importancia es la agricultura. De ella depende la alimentación de millones de personas y la preservación de un medio ambiente sano, por tanto es el sector productivo más importante desde el punto de vista social, ambiental y económico.
Sin embargo, esto no se ve reflejado en la realidad, porque a pesar de saber que de la agricultura obtenemos la mayoría de nuestros alimentos, el sector agrícola no recibe la suficiente atención y no le damos la importancia que requiere.
De acuerdo a la Organización de las Naciones Unida para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más de la mitad de la producción agropecuaria nacional se concentra sólo en 10% de los productores, que tienen la capacidad de surtir los mercados nacionales y además exportan.
Otro 20% son productores con potencial de crecimiento, pero que necesitan lograr el fortalecimiento de sus organizaciones para que puedan competir en el mercado.
Y la mayoría o el 70% restante (casi 4 millones de personas) son productores pequeños, con ingresos inferiores al límite de la pobreza, con escasez de recursos y falta de organización. Un millón de esos productores no son vendedores y por tanto no tienen ganancia; lo que producen es para autoconsumo de subsistencia y la mayoría apenas obtiene lo necesario para subsistir.
Es por esto que los campesinos principalmente jóvenes, han disminuido su participación en las actividades agropecuarias, prefiriendo migrar nacional e internacionalmente, en búsqueda de una mejor calidad de vida para ellos y sus familias.
Además, las prácticas agrícolas modernas (como los monocultivos y el uso de agroquímicos) han provocado la degradación de grandes extensiones de terrenos agrícolas, así como la devastación de hectáreas de bosques y selvas. De igual forma, los campesinos pueden perder sus propiedades por la intervención de políticas públicas o grandes empresas que compran o rentan sus terrenos y los explotan hasta que ya no se pueden utilizar más.
Entonces tenemos el abandono del campo, donde no solo estamos perdiendo una importante fuente de alimento, sino patrimonio, saberes e identidad cultural. Y sí, aunque quedan los grandes productores, hay que recordar que tenemos que importar muchos productos agrícolas, como el maíz, por ejemplo.
Pero el abandono del campo no solo es de los campesinos, sino de todos nosotros.
Por ejemplo, la política pública en México está enfocada y beneficia principalmente a los grandes y medianos productores, por lo que habría que plantear la redistribución de apoyos de acuerdo a las necesidades de cada región.
Y nosotros como consumidores ¿alguna vez nos hemos preguntado de dónde viene lo que consumimos? ¿cuánto trabajo y esfuerzo hay detrás lo que estamos por comer?
Como consumidores, podríamos replantearnos nuestra forma de comprar, por ejemplo, elegir comprar con el productor local o comprar en el mercado de la colonia, así podemos apoyar la economía local en lugar de a las grandes cadenas de supermercados (y a veces es hasta más barato). También podríamos comprar frutas o verduras de temporada, para que se propicien mejores prácticas agrícolas o poner nuestro propio huerto o un huerto comunitario.
Hay muchas opciones, la cosa es buscarle, no olvidar la importancia de la agricultura para nosotros y no dejar de actuar desde nuestras posibilidades.
Foto de portada: © 2017, Cuartoscuro